domingo, 27 de julio de 2008

Connotaciones contagiosas

Por sysifus

El equilibrio entre denotación y connotación es una de las características del lenguaje. En determinados contextos, como el jurídico, resulta vital eliminar cualquier vestigio de subjetividad; pero entre humanos la balanza entre ambas condiciones nunca tiene un platillo vacío, por mucho empeño que se ponga. Esto es así porque el fenómeno de la connotación depende en gran medida del receptor.

En ocasiones, ciertas palabras se emplean tan a menudo en un mismo campo que terminan siendo esclavas de un contexto determinado, aun estando fuera de él. Es el caso del adjetivo "nuclear", tan ligado a las armas de destrucción masiva y a las centrales de fisión de uranio. Tal es así que cuando se habla de "familia nuclear" no es raro que alguien pueda imaginarse a sus miembros explotando en una nube con forma de hongo. El diccionario RAE nos da una acepción aséptica en primer lugar: "Perteneciente o relativo al núcleo". Pero todas las siguientes se refieren a la energía proveniente de trastear en el núcleo de ciertos átomos.

Pasaron diez años entre la invención de la bomba atómica y la inauguración de la primera central eléctrica con tecnología de fisión. Aunque el adjetivo "nuclear" no se utilizaba en un principio con el fin de referirse a este tipo de armas, hubo tiempo suficiente para que se asociase a destrucción, pánico, muerte... Y el hecho de que la energía nuclear sea de las más limpias, pero también la más dañina cuando algo falla, no ayuda a liberar el término de tan negativa pátina. Un famoso eslogan refleja ese rechazo: "¿Nuclear? No gracias".

El término "núcleo" se empezó a usar en el siglo XIX para identificar la parte central de las células, esos pequeños ladrillos que forman toda materia viva. Al descubridor, Robert Brown, le pareció que la palabra latina nuclĕus (pequeña nuez) era bastante apropiada para un orgánulo que, por lo demás, era totalmente insondable, tanto que no se tenía ni la menor idea del papel que jugaba dentro de las funciones biológicas. Por aquel entonces la existencia de los átomos sólo se presumía, pero un siglo después no sólo se poseían datos precisos, sino que éstos se habían aplicado al terreno bélico. El núcleo de los átomos que, salvo por el nombre, no tenía nada que ver con el de las células, había cobrado ya mucho más protagonismo.

El sustantivo está presente, fuera de la biología y la física, en campos muy dispares: sintaxis, matemáticas, astronomía, informática, urbanismo, fonética, periodismo, etc. Mas utilizar el adjetivo es ya harina de otro costal, y de hecho no suele hacerse.

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