martes, 29 de julio de 2008

Esto va a traer cola (Expo 2008)

Por Roca
¿No vas a la Expo? O ¿Cuándo vas a la Expo? Estas son, sin duda, las preguntas de este verano, y claro yo sí fui a la Expo. Aprovechando el mal llamado puente de Santiago, ya que cayó en viernes tal día, cogí mi supercámara y me fui a Zaragoza.
El día de Santiago, temiéndome lo peor, madrugué y me dirigí al recinto de la Expo, dispuesta a hacer cola, y claro, así fue: primera cola para sacar la entrada, segunda para acceder al recinto. Ya dentro, observo una carrera (por parte de los visitantes). ¿A dónde va esta gente?, a hacer cola para poder entrar a los pabellones.

Yo me dedico a inmortalizar el lugar y a disfrutar de la vista de la ciudad desde el otro lado del Ebro. Durante 12 horas (de 9:00 a 21:00) veo a cantidad de gente haciendo cola, y mi supercámara y yo, paseando tranquilamente sin hacer grandes colas y claro está sin entrar a esos pabellones de grandes colas.

domingo, 27 de julio de 2008

Connotaciones contagiosas

Por sysifus

El equilibrio entre denotación y connotación es una de las características del lenguaje. En determinados contextos, como el jurídico, resulta vital eliminar cualquier vestigio de subjetividad; pero entre humanos la balanza entre ambas condiciones nunca tiene un platillo vacío, por mucho empeño que se ponga. Esto es así porque el fenómeno de la connotación depende en gran medida del receptor.

En ocasiones, ciertas palabras se emplean tan a menudo en un mismo campo que terminan siendo esclavas de un contexto determinado, aun estando fuera de él. Es el caso del adjetivo "nuclear", tan ligado a las armas de destrucción masiva y a las centrales de fisión de uranio. Tal es así que cuando se habla de "familia nuclear" no es raro que alguien pueda imaginarse a sus miembros explotando en una nube con forma de hongo. El diccionario RAE nos da una acepción aséptica en primer lugar: "Perteneciente o relativo al núcleo". Pero todas las siguientes se refieren a la energía proveniente de trastear en el núcleo de ciertos átomos.

Pasaron diez años entre la invención de la bomba atómica y la inauguración de la primera central eléctrica con tecnología de fisión. Aunque el adjetivo "nuclear" no se utilizaba en un principio con el fin de referirse a este tipo de armas, hubo tiempo suficiente para que se asociase a destrucción, pánico, muerte... Y el hecho de que la energía nuclear sea de las más limpias, pero también la más dañina cuando algo falla, no ayuda a liberar el término de tan negativa pátina. Un famoso eslogan refleja ese rechazo: "¿Nuclear? No gracias".

El término "núcleo" se empezó a usar en el siglo XIX para identificar la parte central de las células, esos pequeños ladrillos que forman toda materia viva. Al descubridor, Robert Brown, le pareció que la palabra latina nuclĕus (pequeña nuez) era bastante apropiada para un orgánulo que, por lo demás, era totalmente insondable, tanto que no se tenía ni la menor idea del papel que jugaba dentro de las funciones biológicas. Por aquel entonces la existencia de los átomos sólo se presumía, pero un siglo después no sólo se poseían datos precisos, sino que éstos se habían aplicado al terreno bélico. El núcleo de los átomos que, salvo por el nombre, no tenía nada que ver con el de las células, había cobrado ya mucho más protagonismo.

El sustantivo está presente, fuera de la biología y la física, en campos muy dispares: sintaxis, matemáticas, astronomía, informática, urbanismo, fonética, periodismo, etc. Mas utilizar el adjetivo es ya harina de otro costal, y de hecho no suele hacerse.

miércoles, 23 de julio de 2008

Oficios en extinción

Por Ángeles Álvarez Moralejo

Muchos son los oficios tradicionales que van desa­pareciendo debido al avance tecnológico, a las nuevas formas de vida o vete tú a saber por qué. La cuestión es que ya no oímos por la mañana a la mujeruca que venía con una burra vendiendo la leche por las calles y que gritaba: ¡Lecheraaaaa! Tampoco al hojalatero, que arreglaba las cacerolas de aluminio o zinc. Ni al alguacil que iba por las calles con su chiflato y, colocándose en las esquinas o zonas más estratégicas del pueblo, pregonaba los acontecimientos, avisos, bandos o noticias del señor Alcalde; o que nos avisaba si había algún tendero en la plaza para poder comprar sardinas o melones. El colchonero que se pasaba periódicamente por los pueblos para deshacer y volver a hacer los colchones de borra o lana, después de haber soportado todos los sudores provocados por ese sol de justicia que cae en verano en Castilla. Y, ¿cómo olvidar al sereno? Bien es verdad que no existía en los pueblos, pues allí no era necesario vigilar los portales de las casas, porque no existían, pero en todos los barrios céntricos de las ciudades, grandes o pequeñas, pululaba durante toda la noche ese personaje fantástico, amable y entrañable que era el sereno, con su manojo de llaves de todos los tamaños, atado a la cintura, y que además de abrirte el portal cuando llegabas a horas intempestivas, cantaba la hora: ¡La una, y sereno!

Uno de esos oficios se mantiene y es lo que me ha provocado escribir este artículo, se trata del afilador. Aun viviendo en pleno centro de Madrid, me sorprende que este personaje (siempre gallego), perviva en este estilo de vida. Mantiene toda la tradición, como es su bicicleta adaptada con la rueda de afilar y su filarmónica característica que toca para que sepamos que está enfrente de nuestro portal a fin de que le bajemos todos los cuchillos y objetos cortantes que tengamos en la casa y que necesiten ser pulidos para seguir cortando el jamón o un buen chuletón, además de la cebolla y los ajos en la cocina. También tiene su grito de guerra: ¡Afiladooooor! Cuando lo oímos no podemos por menos de acordarnos de aquello que dice: "Cuando oigas al afilador es que va a llover". La verdad es que muchas veces es cierto. Pero a santo de qué funciona esto. Será porque, como dije antes, la mayoría de los afiladores son gallegos y siempre entran por el oeste las borrascas.

En fin, muchos más son los oficios que ya no existen o están en extinción: segadores, limpiadores, encajadoras, hilanderas, amas de cría, lavanderas, planchadoras, plañideras, etc.

Los tiempos cambian, afortunadamente, y a muchos de estos oficios los han sustituido las máquinas, en otros casos el estricto seguimiento sanitario o el consumismo y en otros el cambio de sentimientos, ya no contratamos a nadie para que llore a nuestros muertos, los lloramos nosotros y listo. Socialmente ya no tiene validez la cantidad de plañideras para valorar el status social de una familia.

viernes, 18 de julio de 2008

Leísmo, laísmo y loísmo

Por Ángeles Álvarez Moralejo
En el caso de los pronombre átonos de Complemento directo (lo, la, los, las) y de Complemento Indirecto (le, les) se producen alteraciones en el sistema, puesto que en unos casos las formas distinguen funciones sintácticas y en algunos casos se realiza la distinción de género.

Vamos a ver las alteraciones más importantes:

1. LEÍSMO: Consiste en el uso del pronombre LE, en función de complemento directo. Tenemos que apuntar que hay una situación en que está admitido este leísmo por la RAE y es en el caso de que se refiera a C.D. de persona masculino, por ejemplo.

¿Has visto a Juan?
- Sí, lo/le he visto.

Pero no podemos decir:

¿Has leído el libro?
- Sí le he leído. En este caso sólo es admitido el pronombre LO: Sí, lo he leído.

Las causas de esta alteración se encuentran en dos hechos principales:
A) La tendencia del español a separar lo animado de lo inanimado en el complemento directo (yo veo un libro, frente a yo veo a Juan). Como en el complemento indirecto hay equivalencia entre a él y le, esta forma se ha empleado para el complemento directo cuando éste era de persona, en que poseía también un régimen preposicional idéntico (a Juan, a un niño, a él). A partir de este desajuste se han producido otra serie de cambios en el paradigma.
B) La tendencia a subrayar la diferencia de género, que sólo existe en las formas del complemento directo y que se ha contagiado a las del complemento indirecto, en perjuicio de las distinciones de función.

En estos desajustes ha podido intervenir también la influencia analógica de otros paradigmas pronominales que distinguen el género, pero no la función:

ÉL ELLA ELLO
ESTE ESTA ESTO

Sobre los que se han estructurado un sistema de pronombres personales que no distingue la función y sí el género, y que sería:

LE LA LO

Ahora bien, este sistema sólo tiene validez parcial y en español normativo no ha sustituido sino dialectalmente al paradigma que he señalado más arriba.

2. LAÍSMO: Consiste en el uso del pronombre LA como complemento indirecto femenino. Se trata, por lo tanto, de una sustitución del significado de función por el género.
He dicho a Carmen que no puedo ir a su casa.
Se transforma en:
La he dicho que no puedo ir a su casa.
Cuando deberíamos decir: Le he dicho que no puedo ir a su casa.
A Carmen, es el complemento indirecto (Le)

El laísmo está muy extendido en el habla de Castilla y de León. Especialmente difundido está entre los hablantes madrileños y era un fenómeno ya general en el Siglo de Oro. Muchos escritores clásicos ofrecen abundantes ejemplos de laísmo ya en el siglo XVII (Lope de Vega, Quevedo, etc.) aunque hoy se halla en regresión en el habla culta, todavía es posible encontrarlo en algunos escritores. No está admitido por la RALE.

3. LOÍSMO: Es menos frecuente y mucho más vulgar, consiste en el uso de LO como complemento indirecto.

¿Has escrito a tu novio?
- Sí, lo he escrito.

Debemos decir: Sí, le he escrito. Ya que “a tu novio” es el complemento indirecto.

Su empleo se extiende por la misma zona del laísmo, pero con menor difusión. Supone un vulgarismo inadmisible, aunque en alguna época fue frecuente hasta en escritores como Quevedo.

martes, 8 de julio de 2008

P. Perfecto, P. Indefinido, Presente

Por Ángeles Álvarez Moralejo
¿Son correctas las siguientes frases?

a) "Este año murió mi padre"
b) "Hace cinco años que me he casado"

Si somos ortodoxos en las reglas gramaticales, tendríamos que decir que no son correctas, pues en el caso de a) lo realmente correcto sería decir: “Este año ha muerto mi padre”, ya que se trata de una acción pasada, sin embargo el tiempo es presente (características de este tiempo verbal). En el caso de b), lo correcto gramaticalmente sería decir: “Hace cinco años que me casé”, pues se trata de una acción pasada y el tiempo se cierra por sí mismo en pasado con la expresión “hace cinco años”.

¿Realmente podemos usar este aparente desmán?

Sí, podemos usarlo, ya que esta aparente anormalidad conlleva un significado muy complejo que no expresamos verbalmente, pero que llega a nuestro interlocutor, por la fórmula mágica de la economía lingüística. En estos casos estamos transmitiendo a nuestro interlocutor un montón de información.

Cuando decimos: “Este año murió mi padre”, le estamos comunicando todos los sentimientos de tristeza y angustia que nos produce la muerte de un ser querido y haciendo uso del indefinido, pretendemos alejar esa noticia que provoca sentimientos negativos en nuestra alma. Sin embargo en el caso de b), sucede todo lo contrario. Al decir “hace cinco años que me he casado”, intentamos acercar al presente un momento de felicidad en nuestra vida (esto siempre y cuando seamos felices en nuestro matrimonio) que se produjo hace tiempo, pero que deseamos continuar viviendo.

Muchos son los recursos que tiene el español iguales al que acabo de referirme. Pongamos por caso el uso del presente apelativo. Ese uso del presente en tiempo pasado, que sirve únicamente para llamar la atención de nuestro interlocutor, intentando comunicarle que nos escuche que lo que le vamos a contar es algo muy importante:

Por ejemplo: “Ayer fui al Retiro, me senté en un banco y me roban el bolso”

Cuando me encuentro con este tipo de cosas, me doy cuenta de que la lengua ha sido creada por los hombres en función de sus necesidades y, por lo tanto, está cargada de humanidad, pues es el vehículo para expresar todo aquello que necesitamos y no sólo para comunicarnos. ¡Esta lengua es fantástica!