domingo, 28 de junio de 2009

Sol, verano de 2009

Por sysifus

Hoy, tras cinco años de obras, la estación de Cercanías de la madrileña Puerta del Sol ha entrado en servicio. Si tuviera que optar por un único adjetivo para describirla, diría que es una estación pequeña, comparada con lo que me esperaba. Durante meses nos han bombardeado con un dato grandilocuente: que su caverna de andenes es la más grande excavada jamás para tal propósito. Acceso a la estación de Cercanías de Sol.Y efectivamente su altura es considerable, tanto que ha dado para habilitar un paseo por encima de las vías, que parece el espacio más amplio de todo el recinto, y desde donde parten las escaleras que dan acceso a las dos vías. Los andenes tienen una amplitud similar a la que nos podemos encontrar en otras estaciones subterráneas de la red de Cercanías, pero las escaleras de acceso, varias a lo largo de los andenes, limitan su anchura en esos puntos de forma significativa, con lo que la sensación de angostura es evidente. También me ha dado la impresión de que hay otros cuellos de botella en algunos puntos del camino a la superficie o a la estación de Metro. Pero, inexorablemente, el espacio no es infinito, y Sol no es Nuevos Ministerios.

En días pasados, una de las dudas que asaltaban a los transeúntes habituales de la plaza, espectadores de esa orgía de máquinas, vallas de obra y suelos levantados, era cómo se iban a apañar para terminar la tarea a tiempo de la inauguración del sábado. Bajo tierra, los accesos a andenes de la línea 1 del Metro tampoco hacían concebir esperanzas de que aquello pudiera estar listo en unos días. No ha habido milagros: las obras continúan, y todavía habrá que esperar para que Sol vuelva a la normalidad. Quizás dé para otra inauguración.

He dejado para el final de esta breve crónica lo más comentado por todos, el acceso a la estación: esa vítrea silla de montar dinosaurios que no ha dejado a casi nadie indiferente. Podría decir que al conjunto arquitectónico le pega menos que a un santo dos pistolas, o directamente que es más fea que pegar a un padre con una bayeta. Pero todo eso es subjetivo. A mi juicio, pese al tamaño de la estructura, el acceso en sí tampoco es demasiado grande. Y vuelvo con ello a mi valoración inicial; si estoy equivocado o no, el trasiego real de viajeros lo dirá.

jueves, 25 de junio de 2009

Puntos suspensivos

Por Ángeles Álvarez Moralejo
El español se diferencia de ciertas lenguas por sus tonemas. Al pronunciar las frases debemos tener en cuenta que hay que aplicar entonaciones diferentes para dar los significados que pretendamos en cada situación. A parte de los signos de exclamación o interrogación, tenemos los puntos suspensivos (…) que debemos no sólo escribir, sino también saber leer y entonar cuando hagamos uso de la lengua oral. Lo que indican es que el contenido semántico de la frase en cuestión no queda cerrado, sino que hay algo detrás que omitimos, pero que queda inmerso en el significado de lo expresado.

Pongamos tres ejemplos pertenecientes a estructuras diferentes y en las que hacemos uso de esos puntos suspensivos, que en realidad nos permiten hacer economía lingüística.

a) Quien a buen árbol se arrima,…
b) Es que tengo tanto sueño…
c) Si estuviera aquí…

En el caso de a) se trata de un refrán de los miles de refranes castellanos de que disponemos en la lengua y que no, por ser antiguos, han dejado de formar parte de la lengua hablada, sino que se usan con frecuencia y enriquecen la lengua sobremanera. El refrán completo sería: “Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija” Sólo damos la primera parte ya que se sobreentiende la segunda, pues todo el mundo la conoce. En el mismo refrán aparece el relativo “quien” aludiendo a “la persona que”, ya este pronombre relativo forma parte de un recurso de economía.

En el caso de b) expresamos solamente la causa de una oración consecutiva, eludiendo el efecto, pues no es intrínsicamente relevante. Lo importante para nuestro interlocutor es conocer la causa, el efecto sólo puede ser uno: que tengo que descansar, que estoy muy cansado, etc.

Cuando decimos “Si estuviera aquí…” en realidad no estamos expresando una condición, sino un deseo hipotético y la expresión sería. ¡Ah si estuviera aquí!, omitiendo la partícula “Ah”. Sin embargo al escribir los puntos suspensivos pasa a ser la prótasis de una oración condicional hipotética. No decimos la apódosis porque no es relevante en el contenido que deseamos expresar. De esta manera lo usamos como un deseo en presente hipotético.

Muchos son los casos en la lengua en que cortamos las frases con puntos suspensivos, por lo que considero que son un recurso más de economía lingüística.

martes, 23 de junio de 2009

Indolencia

Por sysifus

¡Qué descansada vida
la del holgazán indolente,
que, con la socorrida
treta del escaqueo impenitente,
hace invisible su desidia entre la gente!

Fray Luis de León debe estar revolviéndose en su tumba ante semejante afrenta a sus letras, pero no se me ocurrió nada mejor para justificar este "decíamos ayer". Casi un año sin publicar aquí es mucho tiempo y, como no niego cierta pachorra por mi parte, qué mejor para reestrenarme que hablar sobre conceptos que están tan arraigados en nuestras latitudes. Donde procastinar es, más que un defecto, un hábito generalizado, es normal que el léxico sea rico al denotar indiferencia o desgana.

'Pereza', Jacob Matham, 1587. Los Angeles County Museum of Art.Tenemos tantas opciones para expresar que algo no nos afecta en absoluto que el proceso de selección puede llevarnos al agotamiento. En primer lugar tenemos las comparaciones vegetales: nos importa un comino, un rábano, un pimiento, un pepino o incluso un bledo. Esto último es una planta rara y desconocida, lo cual acentúa el nivel de desinterés. Tampoco le falta glamour, ya que fue el elegido al traducir la famosa frase de Clark Gable en "Lo que el Viento se Llevó". Podría pensarse que cualquier hortaliza vale, pero no es así. Clamar que algo "me importa una lombarda" sólo produciría perplejidad. Sin embargo el brécol podría colar, supongo que por aproximación fonética. Esta última razón es la que, posiblemente, ha provocado que también se use "me importa un huevo" (rima asonante con "bledo"). En mi opinión se trata de una expresión equívoca, porque "un huevo" se utiliza popularmente de la misma forma que "un montón". El siguiente diálogo ficticio entre dos viajeros de un repleto autobús ilustra esta circunstancia:

– Disculpe, ¿se ha dado usted cuenta de que me está pisando?
– ¡Me importa un huevo!
– Tengo dudas ante su ambigua respuesta, caballero: ¿le importa mucho o no le importa nada que se me esté cortando la circulación en el pie izquierdo?
– ¡Me importan una mierda sus dudas!

Esta última perla nos lleva a lo escatológico, tan malsonante como extendido.

Otro recurso para hacer patente nuestra nula implicación se basa en aludir, casi siempre inconscientemente, al órgano sexual masculino: "me la trae al pairo", "me la trae floja", "me la pela", "me la suda" e incluso "me la repanfinfla". Como ejemplo, un diálogo amigable entre dos compañeros de trabajo.

– Has vuelto a dejar la impresora sin papel.
– Me la pela.
– Me la suda que te la pele.
– Me la pela.

Al margen de lo elevado de la prosa, el hecho de que uno de los interlocutores manifieste su indiferencia ante la indiferencia del otro es bastante interesante en el plano metafísico.

Por último, debemos detenernos a examinar la figura clave en lo que a desidia se refiere: el pasota. Originalmente, el término se acuñó en España a finales de los setenta para definir a quienes se desentendían de las convenciones sociales. Aquellos tiempos de protesta política y contracultural quedan muy atrás, y ahora el pasota lo es en general, sin discriminar ningún contexto. Igual que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos, el pasotismo es la opción más clara entre la teoría de tener que hacer algo y la práctica de no hacer nada. En su aplicación sólo hay que conseguir que lo que entra por un oído salga inmediatamente por el otro. El verdadero pasota, aquejado de galbana crónica, puede permanecer indefinidamente en estado de nula actividad. Curtido en mil batallas en las que no movió ni un dedo y salió indemne, aplica a la perfección la ley del mínimo esfuerzo y sólo necesita dos sílabas para transmitir sus inquietudes:

– Esta semana te toca fregar los platos.
– Paso.

Tras esa respuesta vendría un reproche, pero sería en vano: al pasota le resbalan las advertencias y las amenazas. Ya le podrás decir que no da un palo al agua, que los tiene cuadrados o que es más vago que la chaqueta de un guardia: es inútil. Decía Benjamín Franklin que “la ociosidad camina con tanta lentitud que todos los vicios la alcanzan”. Y yo añado que hasta pueden pasar de largo, sobre todo si requieren una acción voluntaria.

Imagen: "Idleness" (Pereza), Jacob Matham, 1587. Los Angeles County Museum of Art.