miércoles, 9 de septiembre de 2009

Son mis amigos

Por Ángeles Álvarez Moralejo


Sí, ha sido Eva Amaral quien me ha sugerido el título, pero nada más. Aunque comparto con ella la importancia de los amigos en la vida, sin embargo existe una diferencia con la letra de la canción, en la que recuerda con nostalgia a sus amigos de la infancia, pero a medida que avanza va mostrando la añoranza de haberlos perdido por diferentes razones que la vida nos depara, la cual nos lleva a la distancia o la separación en función de buscarnos cada uno el pan para sobrevivir. Mis amigos son diferentes. Nací antes que la mayoría de ellos, lo que me da cierto protagonismo, sólo por la edad. Me crié y crecí con muchos de ellos, otros me los ha ido regalando la vida. Sea de una forma u otra son mi tesoro más preciado. Son ellos los que me dan energía, los que comparten todos los momentos buenos y no tan buenos de mi vida, los que, a pesar de que haya lagunas en el tiempo, aparecen cuando los necesito y sólo con su mirada me hacen pensar en que son los mismos, en que el paso del tiempo no es negativo en la amistad, sino todo lo contrario, refuerza esos vínculos que nos unen ya de por vida.
Compartir un fin de semana con parte de ellos es una de las mejores experiencias que uno puede tener en la vida. Innumerables serían los verbos que podría enunciar para describir la cantidad de acciones que realizamos, no obstante sólo quiero destacar uno: REÍRSE.
Cuando alguien se ríe de todo, por todo y con todo, sobra todo lo demás. Pues bien, eso es lo que hago con mis amigos cuando estamos juntos: reírnos, decir paridas, gastar bromas, olvidarnos de la crisis; en definitiva, hacer un poco el tonto para hacer feliz a a quienes se merecen todo.
¿Hay algo más desprendido que la amistad? No, rotundamente no. En la vida generalmente te mueves por ciertos intereses, sin embargo en la amistad todo es generosidad, cada uno aporta lo que tiene y no lo que puede. La entrega, aun siendo humilde, es total y absolutamente desinteresada.
Como buena castellana, soy austera, así me educaron, en vivir con lo estrictamente necesario, sin lujos, sin embargo en la amistad me siento como una marquesa: tengo un lujo de amigos, con eso tengo bastante para ser feliz.
Gracias amigos, compartir con vosotros aunque sólo sea un fin de semana es el mejor regalo que me pueden hacer, por eso me encantaría que, sin abusar, nos reuniéramos con más frecuencia y nos siguiéramos viendo. También las lágrimas, a veces, acompañan mucho, lo sé por experiencia, pero prefiero las lágrimas de la risa hasta que te duela el diafragma y te falte la respiración. Ese ¡Ay! final es una especie de orgasmo que te deja como nuevo.
















miércoles, 2 de septiembre de 2009

¡Qué le vamos a hacer!

Por Ángeles Álvarez Moralejo
Creo que hay ciertas expresiones en la lengua que deberíamos hacer desaparecer de un zarpazo. Expresiones que son de lo más usado entre la mayor parte de hablantes y cuya frecuencia podría acabar con la paciencia, incluso de los propios protagonistas.
Aludiendo a otras expresiones: “No hay mal que cien años dure”, “Dios proveerá”, “Vendrán tiempos mejores”, etc. que a diferencia de la del título, que la usamos para aceptar resignadamente lo que la vida nos trae, estas nos ayudan a expresar la esperanza estúpida de que lo que nos está sucediendo pasará pronto y tendremos una recompensa, pero ¿qué recompensa? Si nunca levantamos cabeza en este “valle de lágrimas” como dice la Biblia. En cualquiera de los casos no lo entiendo. Parece que a tu alrededor vienen épocas negativas, frustrantes, tristes, preocupantes… que afectan a todos los órdenes del ser humano y que no sólo te afectan a ti, sino que involucran a gran parte de las personas que te rodean y que comparten, de una forma u otra, tu vida. Épocas de problemas, enfermedades e, incluso, muertes de seres queridos. Sin embargo, hay otras en las que todo va sobre ruedas y parece que los males del mundo no van contigo, sino que es cosa de los otros.
Siendo partícipe del agnosticismo, tengo que mencionar por segunda vez el libro sagrado y referirme a esa época de vacas gordas y vacas flacas de la que habla; parece que una vez tiene tristemente razón. Son etapas de 7 años, según el libro, pero cuando vuelvo atrás en mi pasado y contemplo el presente tengo que reconocer que, al menos, en mi caso, hay mucha verdad en todo eso. No sé si son exactamente 7 años, pero son etapas aproximadas en las que parece que todo se pone patas arriba o camina sobre ruedas. Actualmente estoy viviendo una de las primeras, sin embargo me resisto a decir ¡Qué le vamos a hacer! La única solución que veo en todo esto es intentar tirar del pellejo como podamos y no hay otra.