lunes, 5 de abril de 2010

Viacrucis en Año Santo a Galicia

Por Ángeles Álvarez Moralejo
¿Cómo vamos a funcionar y salir del atolladero los españoles si aquellos que podrían echarnos una mano lo único que hacen es ponernos zancadillas?


El pasado día 25 de marzo, por una necesidad apremiante tuve que dejar todos mis quehaceres cotidianos (que son muchos) para desplazarme a Vigo desde Madrid; la razón es lo que menos importa, pues eso forma parte de mi intimidad y a nadie le importa el que una persona tome decisiones inesperadas en momentos de su vida para cubrir sus necesidades personales e intentar vivir con aquello que sea lo más acorde a sus propias convicciones. El caso es que, movida por mi objetivo, decidí sacar un billete para realizar el viaje propuesto. En primer lugar entré en Internet, pues disponía de muy poco tiempo, para conseguir un pasaje en avión, pero ¡pobre de mí! lo más económico que encontré era un billete que de haberlo sacado hubiera significado un grave problema económico para mi maltrecha economía. Desestimé el autobús pues se trataba de un viaje demasiado largo y además los horarios no se ajustaban a mis espectativas. Por lo que caí en la página de Renfe. ¡Qué bien! podría ir durmiendo durante toda la noche y aunque tendría que hacer un trayecto en autobús entre Zamora y Puebla de Sanabria, debido a un talud, provocado por la lluvia, que había dejado inútil un gran trayecto de vía, era mi única solución. Nadie me avisó al comprar el billete en Renfe de semajante suceso (eso está hecho con alevosía y premeditación por parte de la compañía férrea), sin embargo mis amigos que para algo están, me llamaron para prevenirme. Efectivamente en un pequeño recuadro, que hay que buscar con lupa después de peinar toda la página, había una nota informativa del suceso. De todas formas con el billete en la mano ya no había vuelta atrás, además debía llegar a Vigo. Tuve mala suerte porque aunque era un talgo-hotel (así lo llama Renfe) no había disponibilidad de litera, ni de coche-cama, por lo que tenía que viajar sentada y en clase turista.


Cuando subí al tren a las 22:00, gracias que había tomado un café con leche y comido un sandwich (algo anormal en una persona que no cena por lo general), pero parece ser que presentí lo que iba a suceder. Bien, pues cuando subí al tren con la intención de acomodarme lo mejor posible para pernoctar durante 7 u 8 horas, comprobé que me habían dado, una vez más, el billete menos deseado, es decir, una plaza de asientos encontrados y además en sentido contrario a la marcha del tren. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? -pensé. Ya estaba acomodada cuando llegó mi compañero de asiento. Lo había observado al entrar, al no quedarse fijas las puertas de los vagones, excepto que pulses el botón rojo, le costó sobremanera poder cruzarla con su maleta y dio varios trompicones; después cuando se acercó para sentarse, me di cuenta de que iba ebrio. Pensé ¡Vaya viajecito que me espera! Sin embargo lo peor estaba por llegar. Comenzamos a oír voces en el andén: era una pareja un poco extraña y surrealista a tope, formada por un hombre muy cuitado y una obesa mujer con acento ¿colombiano? Reñían, se insultaban, gritaban... Y se sentaron, después de mucho rato de intentar colocar su equipaje, frente a mí. Eran mis compañeros de viaje, yo sólo deseaba que me tragara la tierra, no obstante intenté calmarme y me levanté del asiento, comprobé que, afortunadamente, había plazas libres al final del vagón, por lo que en cuanto el tren comenzó a andar, me cambié de asiento. Pude conciliar el sueño, pero después de no sé cuanto tiempo se apagaron las luces del vagón y pensé: "¡Qué bien!, podré dormir hasta Vigo". No fue así. Algo sucedía que no era capaz de adivinar. Noté que el tren estaba parado y en mitad de la nada, no había ni una sola luz en el exterior. Me levanté, abrí la puerta del tren, encendí un cigarrillo, hacía un frío que pelaba. Nadie se movía, ni decía nada. La megafonía estaba muda, al igual que durante el resto del viaje. Por fin llegó el revisor y nos dijo escuetamente que había habido un accidente de dos trenes de mercancías que habían chocado, con una víctima. Le pregunté que dónde estábamos y me contestó que en Arévalo. El supervisor desapareció, la gente continuó durmiendo sin hacer comentario alguno y yo contagiada del ambiente caí en los brazos de Morfeo también. Después de 3 horas me despierto y me doy cuenta de que el tren comienza a andar de nuevo. "Bueno, -pensé- llegaré con retraso, pero llegaré". ¡Ilusa de mí!, el tren avanzaba pero en sentido contrario ¿A dónde vamos? Nadie contestó. Más tarde el revisor volvió por nuestro vagón y nos dijo que íbamos a Ávila y que allí nos evacuarían en autobuses hasta León. Llegamos a Ávila a las 6:00 de la mañana del día 26 de marzo. ¿Cómo se pueden tardar tres horas en unos 90 Km? Nadie nos explicó nada. Seguía el silencio más absoluto en lo que se refiere a cualquier tipo de información relevante para los intereses de los pasajeros. Subimos en los autobuses, pero para nuestra sorpresa no íbamos a León, sino que, según informaciones de última hora, íbamos a Valladolid. No todos tuvimos la suerte de encontrar un asiento en los autobuses, mucha gente se quedó en tierra por la falta de previsión de renfe. ¿Cómo una compañía tan importante de transportes no tienen información sobre el pasaje que transporta? Al llegar a Valladolid, todo era un caos informativo, nadie sabía nada y volvieron locos a los pasajeros para que cada uno se apañara para encontrar su coche y plaza en el tren que tenían estacionado en la vía. Tuve que recorrer con mi mochila (gracias que no llevaba una maleta, como la mayor parte de la gente) el andén completo para encontrar la composición de los vagones que iban para Vigo, pues el tren llevaba tres composiciones: La Coruña - Ferrol - Vigo. No fui yo la mayor víctima, me dio mucha pena la cantidad de personas mayores que pululaban de un lado para otro cargadísimos y aturdidos sin que nadie les echara una mano ¡De pena!

El tren no salía y a pesar de las preguntas que todo el mundo hacía, nadie informaba de nada. Por fín, después de una hora y media, se llenó el vagón. En ese momento salí de dudas: habíamos tenido que esperar a las personas que se habían quedado sin bus en Ávila. Salimos de Valladolid a las 9:30 de la mañana. Fui directamente a la cafetería, creyendo que al ser un tren nuevo, ésta estaría equipada y con todo lo necesario, al menos, para desayunar; pero no había nada más que dos donuts, dos toblerones y un paquete de galletitas "Oreo". Tuve suerte porque al llegar la primera pude elegir. Más tarde compartí las galletas con otras personas que no habían sido tan afortunadas como yo. Renfe ya no sólo no había repuesto la cafetería, ni siquiera había limpiado el tren que estaba sucísimo: los baños, intransitables y las papeleras, llenas de restos del viaje anterior. La gente necesitaba desayunar algo después de una noche tan ajetreada, pero a Renfe eso no le importa demasiado.

Partimos de Valladolid, vía León, Astorga, Ponferrada, El Barco, La Rua, Monforte de Lemos, ¡qué se yo el rosario de estaciones que pasamos!. El tren debía parar cuando tenía que cruzarse con otro convoy que circulaba a su debido tiempo, pues nuestro tren iba en vías prestadas sin hora. A las 12:30 nos dieron dos madalenas y un zumo, que la gente devoró rápidamente.

Por fín a las 16:30 horas llegamos a Orense. Bajaron muchas personas y cuando el tren continúa hasta Vigo, nos dan un bocadillo de chorizo (a los más afortunados, les tocó de jamón) y una botella de agua. Claro Renfe no se podía permitir el lujo de dar un bocadillo a todo el pasaje del tren, tuvo que esperar a apear pasajeros en Orense para que le llegara el presupuesto y sólo dar comida a los que seguíamos a Vigo, el número se había reducido ostensiblemente.

A las 18:00 horas del viernes llegué a Vigo. Cansada, rota y rabiosa por haber pasado más de 20 horas dentro de un tren. Cumplí mi objetivo, pero ¡quién puede pagarme el trastorno ocasionado con tan accidentado viaje!

Pasé por la Oficina de atención al cliente y muy amablemente me dijeron que me devolverían el dinero del viaje. Muchas gracias, Renfe, por el detalle: Métetelo por donde te quepa, más vale que pienses en el daño que has causado a tantos cientos de personas.

Ante este tipo de situacíones siempre te quedas con el pataleo, sin embargo acepté dicho viajecito como el Viacrucis del Viernes de Dolores, por tierras gallegas, ¿dónde si no mejor? Estamos en Año Santo.

¡Bienvenida, Yaiza!

Por Ángeles Álvarez Moralejo
En la vida nos suceden cosas y acontecimientos de todo tipo, pero lo más bonito, sin duda, que nos puede ocurrir es el poder disfrutar de la llegada de un nuevo ser con tu misma sangre. Eso es lo que nos acaba de suceder a toda mi familia. Después de casi 20 años no habíamos tenido la suerte de celebrar tan magno acontecimiento. Pues bien, ahora estamos plenos de alegría porque la vida nos ha regalado la llegada de Yaiza. Una niña muy deseada por muchas razones, pero la principal es que estábamos privados de niñas, todo habían sido niños, no por ello menos hermosos que nuestra querida Yaiza; pero ahora ya está aquí y eso nos congratula muchísimo.
Todavía no la he visto, excepto por foto, que de ello se han encargado tanto el abuelo como el padre de la criatura, y lo han hecho con una sola razón: la de darme envidia, pues debido a mi alocada vida laboral no he podido desplazarme ni unas horas ( a pesar de separarnos tan sólo 200 Km) para poder disfrutar de su presencia y tenerla en mis brazos. Pero no te preocupes, Yaiza, iré, te cogeré, te besaré y te diré que soy tu tía-abuela y que podrás contar conmigo para todo lo que necesites, tanto en tu infancia como en tu juventud y ¡Quién sabe! Ojalá Dios me dé vida para poder acompañarte en muchos momentos importantes de tu vida. Siempre podrás contar con tu tía-abuela.
¡Enhorabuena, Iván y Vane! Y gracias por darnos a esa niña tan esperada.
Yaiza, espero que la vida te regale toda la felicidad que tu tía-abuela te desea. Estoy segura de que así será y para ello todos pondremos nuestro esfuerzo. Será nuestro regalo de agradecimiento por haber venido a nuestras vidas.