sábado, 24 de septiembre de 2011

Tiempo de falacias

Por sysifus

En unas horas los habitantes de esta antigua provincia romana seremos oficialmente convocados a las urnas, un simple trámite burocrático que confirma algo que se hizo público hace unas semanas. La "fiesta de la democracia", como tanto gustan de llamarla algunos, se organizará por segunda vez este año. Una ración extra que no nos esperábamos.


Antaño los políticos eran como esas hemorroides inadvertidas que sólo se hacen notar cuando se prolapsan. No nos enterábamos de que existían hasta que llegaban las elecciones y comenzaban a mendigar votos. Hoy en día puede decirse que muchos viven en un estado continuo de campaña electoral de facto, soltando perlas aquí y allá, ora en una inauguración, ora en un simposio. Todo ello con el objetivo de colar el mensaje en ese pequeño lapso que queda en los informativos entre las catástrofes de turno y la última hora del idilio protagonizado por el Real Madrid y el Barça.


El Diccionario de la RAE tiene, para el término "político", dos primeras definiciones que únicamente se diferencian en una palabra: "Perteneciente o relativo a la doctrina política" y "Perteneciente o relativo a la actividad política". La segunda se refiere al trabajo por el que les pagamos y que teóricamente deberían desempeñar, es decir, gestionar esa parcela del gobierno que se les ha encomendado. Lo curioso es que la primera acepción, la que se supone es más importante, hace referencia a la doctrina. Quizás la Real Academia entiende, como yo, que en realidad el político moderno malgasta sus días tratando de engatusar al electorado por cualquier medio.


De manera que el pistoletazo de salida de la campaña electoral sólo supone un sprint en el que estos corredores de fondo de la falacia y el camelo no necesitan una excusa para robar minutos de telediario. Pueden reunir a unas cuantas personas en un auditorio y colocar una petición de voto al final de su discurso habitual, reforzado con una dosis adicional de argumentos ad hominem, lugares comunes, promesas ridículas y otras charlatanerías. El bocadillo de chóped para el acérrimo público es opcional.


Esa ficción tan manida del político en el atril ante una masa incondicional que le aplaudirá a rabiar, diga lo que diga, se repetirá hasta la nausea en cuestión de un mes. Tales baños de multitudes programados, no por comúnmente aceptados menos falsarios, me hacen recordar aquella canción de La Lupe:


Teatro,
lo tuyo es puro teatro
falsedad bien ensayada
estudiado simulacro.

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