miércoles, 17 de octubre de 2012

El Otoño

Por Ángeles Álvarez Moralejo


¡Qué deliciosa sensación nos invade todo el ser cuando el rubicundo Apolo (como diría Góngora) comienza a disminuir la intensidad de esos rayos que nos han torrado durante todo el largo estío del año!
Sensación que se intensifica cuando tienes la fortuna de perderte por zonas rurales, zonas de montaña, plagadas de vegetación, con pinos (de los que tendría envidia Félix Baumgartner) que se elevan  como velas hacia el infinito, vestidos de helechos, donde comienzan a aparecer esos seres misteriosos y multicolores que son las setas.
Paisaje agreste de subidas y bajadas que ofrece al visitante una gran paleta de colores: ocres, rojos, marrones, amarillos, verdes… Y allí, escondidos y vigilantes están sus habitantes: los hongos que parirán esas criaturas que surgen por todas partes, salpicando el suelo de los bosques. Podemos verlas acechantes junto a un tronco, dormidas bajo una cama de helechos, vigilantes junto a una piedra o en la orilla de un sendero.  Te están esperando ansiosas de ser contempladas por algún visitante. Cuando detienes tu mirada sobre ellas parece que te sonríen (aunque más bien el que sonríe eres tú por haberte percatado de su presencia) radiantes, con el rocío de la mañana sobre su sombrero que les da un empaque, si cabe, más pomposo. Limpias la maleza que las cubre, las contemplas, las acaricias, sacas la navajita y las cortas por el pie con mimo, con cuidado, a fin de que su micelio y sus esporas sigan en el mismo lugar concibiendo nuevos seres para la próxima temporada, las colocas con suma delicadeza en el cesto para que no se rompan o deterioren, no en vano son los trofeos que enseñarás con orgullo a todo el que se cruce en tu camino.
Cuando vuelves a casa tienes la sensación de abandono, te da lástima dejar ese lugar, estarías todo el tiempo pateando ese suelo que te ofrece tantas maravillas, sin embargo la noche te obliga a retirarte. A pesar de todo vuelves con la expectación de que amanezca un  nuevo día, cojas el bastón, la navaja y la cesta, te calces unas buenas botas, que te resguarden de la humedad que invade su paraíso, y vuelvas a saludar a todas las que hayan aprovechado el nuevo amanecer con sus tibios rayos de sol, para asomar entre la maleza y sorprenderte de nuevo.

¡Bienvenido, otoño!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Como me cae de bien el !"oh, toño" el canario¡

Alguien tenía que decir la bobada y nadie mejor que yo.

Javichi el gilipichi

juan carlos dijo...

como me gusta tus sensaciones, mas sabiendo cual fue la zona que te las inspiró. Quintanar de la Sierra, mi pueblo, un saludo, Juan Carlos

Ángeles Álvarez Moralejo dijo...

Si, Quintanar de la Sierra, un pueblo precioso tanto por su paisaje como por la hospitalidad de sus gentes
Gracias a todos los que nos disteis un fin de semana inolvidable.

Ángeles Álvarez Moralejo dijo...

Si, Quintanar de la Sierra, un pueblo precioso tanto por su paisaje como por la hospitalidad de sus gentes
Gracias a todos los que nos disteis un fin de semana inolvidable.