jueves, 25 de octubre de 2012

SENTARSE

Por Ángeles Álvarez Moralejo

Estaba un día en clase intentando explicar algunas preposiciones y entre otros verbos estábamos usando el verbo “sentarse”, un verbo transitivo, cuyo uso más frecuente es la forma pronominal, que es de gran utilidad para los estudiantes ya que es la primera acción que realizan al entrar en la clase y, en el caso de algunos, porque parece que están siempre cansados y, claro, deben saber el vocablo que les permitirá salir de esa agonía que supone el sufrir un cansancio continuado.
Bien, sigamos con el tema en cuestión. A fin de que aprendieran el uso de diferentes preposiciones, se me ocurrió proponerles las siguientes: a, en, con, sobre, sin y entre. Al mismo tiempo les di ejemplos de las mismas para que fueran familiarizándose con su uso:
-         En clase me siento en el pupitre.
-         Para comer nos sentamos a la mesa.
-         Me senté sobre el cojín de la silla.
-         Se sienta con su novia en la clase.
-         Me senté sin almohadilla en la plaza de toros.
-         Me siento entre Juan y María.

Cuando terminé la explicación les pedí que para el día siguiente tenían que traer una situación vivida en lo que les quedaba de día, usando el verbo “sentarse” y teniendo en cuenta los ejemplos anteriores.
Al día siguiente comienzan a exponer su situación:
Un chico  nos explicó que había quedado con una chica, a la que pretendía seducir, para tomar un café. Había elegido la cafetería más fashion de la ciudad. Tras haber tomado el café, se levantó para pagar al camarero en la barra, pero cuando echó mano a su bolsillo para sacar la cartera, se dio cuenta de que con los nervios se la había olvidado en casa. Volvió a la mesa con un gesto perplejo y, continuó diciendo “me sentí frente a ella con la intención de explicarle que no podía invitarla dado que había olvidado llevar mi cartera”.
Este chico, claramente, confundió el verbo “sentirse” por “sentarse”. Tal vez fue causa de ese sentimiento de vergüenza que le invadió al comprobar que no tenía dinero.
Otro chico nos contó que había visto un partido de fútbol en su casa con unos amigos, que eran muchos y que como su casa no era demasiado grande, que se habían sentado unos en el sofá, otros en sillas, otros en el suelo y que él se había sentado sobre los cojones en el suelo.
A pesar de haber usado perfectamente el verbo tanto en su significado como en su conjugación y uso, lo traicionó la confusión del sustantivo, y  en lugar  de usar en la segunda sílaba la vocal “i”, colocó la “o”, dando lugar al sarcasmo general de la clase.
Una chica confundió el verbo “sentarse” con el verbo “sentar” y nos dijo textualmente: “Tomar café por la mañana me sienta muy bien”. En este caso la confusión es sintáctica al no ver claramente cuál es el sujeto de la oración.
Podéis pensar que el profesor frente a estas situaciones se sentirá (sentirse) frustrado, pues hay que reconocer que un poco; sin embargo siempre le queda el consuelo de que   con los errores se asimilan definitivamente las estructuras nuevas. Lo positivo de todo esto es que el alumno se atreva a usar lo que va aprendiendo, de esa manera se dará cuenta de si lo hace bien o, por el contrario, al abrir la boca crea chistes.
De cualquier manera a los estudiantes siempre se les puede corregir de sus errores. No sucede lo mismo con muchos nativos que los cometen, incluso más graves, y que no producen ningún tipo de risa, o si no que se lo pregunten a cualquier andaluz que usaría el imperativo “Sentarse todos”, o como nos dejó Lola Flores en una de sus frases lapidarias el día de la boda de su hija, frente al agobio sufrido por la cantidad de personas invitadas por ella misma a tal evento: “Si me queréis bien, irse todos”, ¡Menos mal que no dijo “sentarse todos”!

miércoles, 17 de octubre de 2012

El Otoño

Por Ángeles Álvarez Moralejo


¡Qué deliciosa sensación nos invade todo el ser cuando el rubicundo Apolo (como diría Góngora) comienza a disminuir la intensidad de esos rayos que nos han torrado durante todo el largo estío del año!
Sensación que se intensifica cuando tienes la fortuna de perderte por zonas rurales, zonas de montaña, plagadas de vegetación, con pinos (de los que tendría envidia Félix Baumgartner) que se elevan  como velas hacia el infinito, vestidos de helechos, donde comienzan a aparecer esos seres misteriosos y multicolores que son las setas.
Paisaje agreste de subidas y bajadas que ofrece al visitante una gran paleta de colores: ocres, rojos, marrones, amarillos, verdes… Y allí, escondidos y vigilantes están sus habitantes: los hongos que parirán esas criaturas que surgen por todas partes, salpicando el suelo de los bosques. Podemos verlas acechantes junto a un tronco, dormidas bajo una cama de helechos, vigilantes junto a una piedra o en la orilla de un sendero.  Te están esperando ansiosas de ser contempladas por algún visitante. Cuando detienes tu mirada sobre ellas parece que te sonríen (aunque más bien el que sonríe eres tú por haberte percatado de su presencia) radiantes, con el rocío de la mañana sobre su sombrero que les da un empaque, si cabe, más pomposo. Limpias la maleza que las cubre, las contemplas, las acaricias, sacas la navajita y las cortas por el pie con mimo, con cuidado, a fin de que su micelio y sus esporas sigan en el mismo lugar concibiendo nuevos seres para la próxima temporada, las colocas con suma delicadeza en el cesto para que no se rompan o deterioren, no en vano son los trofeos que enseñarás con orgullo a todo el que se cruce en tu camino.
Cuando vuelves a casa tienes la sensación de abandono, te da lástima dejar ese lugar, estarías todo el tiempo pateando ese suelo que te ofrece tantas maravillas, sin embargo la noche te obliga a retirarte. A pesar de todo vuelves con la expectación de que amanezca un  nuevo día, cojas el bastón, la navaja y la cesta, te calces unas buenas botas, que te resguarden de la humedad que invade su paraíso, y vuelvas a saludar a todas las que hayan aprovechado el nuevo amanecer con sus tibios rayos de sol, para asomar entre la maleza y sorprenderte de nuevo.

¡Bienvenido, otoño!