A pesar de seguir vistiendo la ropa y
el calzado de verano, dado las altas temperaturas que nos siguen acompañando,
el pasado fin de semana pudimos acercarnos a los viñedos, repletos de doradas,
maduras y dulcísimas uvas que auguran una añada excelente de ese vino que nos
regará las mesas durante todo el año. Esto del calentamiento global nos tiene
un poco despistados, pues siempre la vendimia se ha celebrado por el Pilar, sin
embargo este año nos gritaban los racimos desde las cepas para que los
recogiéramos ya y así evitar el ser devorados por avispas y aves de toda
índole.
Los que nacimos en Tierra del Vino, no
nos resistimos a dar una vuelta por nuestra zona cuando llegan estas fechas y
aunque ya no tengamos viñas en
propiedad, siempre estamos dispuestos a echarles una mano tanto a vecinos, como
parientes o amigos. Es un regalo para nosotros poder armarse de ropa adecuada,
aunque este año no era muy necesario ir muy abrigado, debido al calor, pues a
pesar del rocío mañanero a eso de las 10 de la mañana ya caía un sol de
justicia sobre las cabezas, corbillo en mano y cuévano para compartir entre dos
personas se dispone toda la cuadrilla a encarrilar los líneos de cepas, blanca:
albillo, malvasía, jerez, moscatel, verdejo y tinta: Toro, garnacha y tempranillo. Es una delicia
ir cortando los gozados racimos de uva y llenando los cestos.
Sí, en mi tierra todavía se sigue
vendimiando como lo hacían nuestros abuelos, no ha llegado ni la denominación
de origen ni las grandes extensiones de viñedos que conlleva la gran
explotación, por lo que se cortan a mano y se acarrean en cajas hasta las
bodegas. La única diferencia es esa, que ya no se trasladan en asnales de
mimbre ni en carros tirados por vacas o mulas, sino que se hace en tractores o
carros tirados por coches. Otra diferencia es que ya al llegar a la bodega no
se echan por la zarcera para que caigan en el lagar donde serían pisadas con
los pies descalzos de los productores y familia, sino que en este sentido se
han mecanizado y disponen de máquinas eléctricas, que colocadas en la
superficie, despalillan la uva y a través de una manguera que recorre la
escalera de la bodega dirige el mosto directamente a las cubas.
De lo que sí estamos orgullosos es de
las bodegas excavadas en piedra que nos han legado nuestros antepasados. Cada
familia dispone de una y es allí donde se hace y conserva el vino durante todo
el año y donde también pasamos muchos ratos de diversión tomando merendolas y pasando tardes/noches
muy agradables, bebiendo en compañía de nuestros amigos. Actualmente las
zarceras se han convertido en chimeneas que son encendidas en invierno con el
fin de hacer parrilladas de chorizo, panceta, costillas, etc.
A eso de las 11:30 de la mañana, una
persona designada, previo mensaje del patrón (en este caso Dorín) “Si puedes pa
las once y media o así, vas a llevar las diez”, se acerca a la viña para llevar
el almuerzo. Es el mejor momento de la vendimia. ¿En qué consiste? Pues no se
trata de un tentempié, no, es un almuerzo contundente: tortilla de patatas,
chorizo asado, queso de oveja, jamón serrano, etc. etc. Eso sí con un buen pan
de pueblo de trigo candeal cocido en un horno de Pereruela, que son los mejores
para este menester.
Cuando el mosto ya está en las cubas,
es la hora de la comida. ¿Hay hambre tras semejante almuerzo? Pues sí, porque
se trata de compartir la mesa con toda la cuadrilla de vendimiadores donde se comentará todo lo acaecido durante el
día.
Ahora solo queda esperar a que el mosto
cueza y poco a poco con las heladas, que esperemos que lleguen pronto, se pueda
ir convirtiendo en un buen vino para gozo de todos los que lo vayan a degustar
durante el año.
Ya queda un día menos para la próxima
cosecha.
Si quieres hacer
algún comentario a este artículo, por favor me gustaría que interpretaras el
mensaje del patrón, no lo entiendo muy bien.
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